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FIIXIT ORTHOTIC LAB

EL PAÍS – El invento que pone fin a los veranos sin baños

EL INVENTO QUE PONE FIN A LOS VERANOS SIN BAÑOS

Desde su empresa, Fiixit, la ingeniera malagueña Raquel Serrano imprime férulas y soportes en 3D ligeros y biodegradables que permiten el baño y facilitan la higiene y la movilidad. Su éxito le ha permitido distribuirlas por todo el país y mejorar la calidad de vida de cientos de personas, especialmente niños

JAIME RIPA
01 OCT 2021 - 15:45 CEST

Crack, crack, crack, crack y crack. En España, en un hospital de tamaño medio, se atienden en torno a cinco fracturas al día, según estiman varios traumatólogos consultados. De ellas, al menos dos requieren escayola. Multiplique esa cifra por todos los centros sanitarios del país y alcanzará una cifra abrumadora: centenares de pacientes enyesados al día, con un miembro inmovilizado, rígido, que a veces pica y produce incomodidad. Un problema humilde, pero a su vez gigantesco. En ello cayó la ingeniera industrial Raquel Serrano Lledó, de 31 años y natural de Alhaurín de la Torre (Málaga), cofundadora de Fiixit, una compañía que produce férulas a medida impresas en 3D, sumergibles, de un peso diez veces menor que la escayola y con una forma reticular que deja respirar a la piel. Esto se traduce en una vida más sencilla para estos pacientes, niños en su mayoría, que pueden zambullirse sin problemas en el mar y la piscina, rascarse si les place, lavarse con comodidad y moverse con mayor libertad. Los diseños son personalizables y lucen una estética más moderna que la de las ortopedias tradicionales, que conferían a su portador un aspecto algo robótico. Por ejemplo, los más pequeños portan grabados de las películas La patrulla canina o Batman en sus brazos. “Es más humano. Se sienten menos diferentes y participan en el diseño”, sostiene la ingeniera.

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La empresa está formada por cinco compañeros y amigos que, como dice Serrano Lledó, han agitado el mercado de las órtesis –que ella resume como las sujeciones que envuelven un miembro y soportes que ayudan a la estabilización– partiendo de un producto existente. “Hemos revolucionado el sector, pero no hemos inventado nada. Las férulas ya se hacían, pero de manera más tradicional, con otros materiales y otra estética, y se tardaba muchísimo”, afirma. En su andadura han cosechado premios al emprendimiento como el M de Málaga o la medalla al Mérito Civil en 2019. Desde su taller han atendido las peticiones de miles de pacientes y diseñado cientos de piezas al año distribuidas a más de 50 ortopedias de todo el país. La esencia de su éxito parte de la habilidad para detectar un pequeño problema cotidiano, que afecta a miles de ciudadanos, y solventarlo con tecnología e ingenio en un sector tan estanco y tradicional como el de la ortopedia. Hasta han llegado a Silicon Valley, donde la ingeniera expuso su proyecto y aprendió de otros modelos de negocio. “Aluciné porque, nada más llegar, ya querían comprarnos y que nos fuéramos a EE UU”, ríe. “Pero nunca se nos pasó por la cabeza vender la empresa, sacarme de Málaga cuesta mucho”.

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Las férulas, fabricadas con PLA, un derivado biodegradable e inocuo de cultivos como el maíz, y recubiertas de EVA, un tipo de goma común en ortopedias, sirven por lo general para fracturas comunes en piernas, brazos, manos o dedos. Pero también se utilizan en otros casos, como la inmovilización de una extremidad tras una operación delicada o como complemento a la rehabilitación de una lesión que afecta a la movilidad. Serrano Lledó recuerda la historia de un motorista que se cayó con 18 años y el quitamiedos le destrozó un brazo. Tiempo después, cuando su salud había mejorado, el chico quería montar en bici, una de sus pasiones, pero necesitaba una férula que le facilitase el apoyo de la mano insensible en el manillar. Las aplicaciones del diseño de Fiixit van más allá de los traumatismos: han concebido asientos a medida para niños con afectación del sistema nervioso o pequeños con acondroplasia -enfermedad que causa extremidades cortas-, una solución para que mantengan el tronco estable y puedan ver la tele, sentarse en la playa o estar erguidos sin dificultades. “Son los casos que más nos emocionan y nos gustan”, afirma la ingeniera, y detalla cómo confeccionaron una pieza milimétrica para una mujer a la que se le contraía la mano si no tenía un apoyo palmar.

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El niño que se rascaba con un boli

De primeras, Serrano Lledó estudió Ingeniería de Montes en Madrid. Le gustaba la naturaleza y el campo. “Pero me equivoqué: Geología... ¿Qué hago aquí estudiando las piedras?”, recuerda, divertida. En aquella época se topó con varias pistas que presagiaban que lo suyo era imaginar objetos. Una fue el joyero que modeló para una asignatura de diseño con ordenador. Tenía tantos cajoncitos y recovecos que parecía una navaja suiza. “La profesora alucinó”, cuenta. Otra, cuando preguntaron a los alumnos lo primero que dirían acerca de una puerta. “Mis amigos dijeron que mirarían si era de madera o metal. Yo, que si era barroca, que qué elementos arquitectónicos tenía…”, narra con permanente buen humor. Entonces llamó a su familia y decidió cambiarse de carrera. Volvió a Málaga e inició Diseño Industrial. La materia le encantó desde el primer momento. “Mis apuntes y bocetos rulaban por la biblioteca. Yo tenía un dominio con mi nombre que me había regalado mi padre. Y empecé a subirlos de manera ordenada a la web. ¡Solo quería reivindicar mi autoría!”, exclama. La página se volvió muy popular en la facultad y, gracias a este pequeño proyecto, logró unas prácticas en las que entró en contacto con el diseño de prototipos. “El ordenador todo lo soporta, pero hay que hacerlo en la realidad para ver si es útil y funciona”, explica. Su primer encargo fue una silla para niños con dificultades motoras de entre tres y cinco años. “Al principio sentí presión, pero después me di cuenta de que era lo mío”, relata. Se compró entonces su primera impresora en 3D y comenzó a fabricar brazaletes y pulseras. Una noche, mientras cenaba con su novio, en la mesa contigua un niño trataba de rascarse por debajo de la escayola con un cuchillo. “Pensé: ‘¿Y si en vez de pulseras me pongo a hacer férulas?”, rememora. Llamó entonces a su primo, que trabajaba en el mundo de la ortopedia: “Me dijo que adelante, que eso era el futuro de la ortopedia, pero que ‘es complicado’, que ‘aquí hay multinacionales extranjeras en ello’, que ‘cómo vamos a meternos nosotros…”, vuelve a sonreír. Hace siete años de aquello. Ahora planean dar el salto al extranjero y, a futuro, comenzar la fabricación de prótesis.

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El fin de los veranos encerrados

La invención puede parecer modesta pero, sin ir más lejos, salva un verano o incluso una boda. A Serrano Lledó y a sus socios les han llamado familias para agradecerles la férula que permite que su hijo se bañe y, por tanto, que hayan podido viajar sin alterar o cancelar sus ansiadas vacaciones. “Los padres de un niño que no absorbía el calcio [y cuyos huesos tendían a fracturarse más] dijeron que por fin les habíamos regalado un verano”, afirma. Algunos hombres también les han agradecido poder casarse con una férula en la mano o la pierna que, gracias a su tamaño -uno se puede poner un pantalón o una chaqueta encima- y peso -no pasa de los 200 gramos-, no se notaba bajo el traje. La fractura a proteger venía de la despedida de soltero. Durante la pandemia, cuenta Serrano Lledó, atendieron muchas lesiones del dedo meñique, la llamada fractura del boxeador. “La gente estaba enfadada y en un puñetazo sobre la mesa, por ejemplo, te puedes partir un dedo”, explica. Ellos se pusieron manos a la obra. Cuanto más trabajo, mejor. Vendieron decenas. “En cuanto nos dicen que les hemos solucionado una papeleta grande, nosotros, encantados. Es un alivio físico, pero también mental. Y para eso estamos”, cierra.

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